Cogimos un avión de Yangon a Kalaw. Los aviones en Myanmar no aterrizan, se lanzan a la pista. Con esto no quiero asustar a nadie, volvería a repetir el viaje. El sistema de recogida de equipaje se puede considerar funcional, las maletas salen prácticamente a la vez que los pasajeros. En una sala las colocan todas en el suelo y tú coges la tuya.
Llegamos a kalaw más tarde de lo que pensábamos y al día siguiente queríamos hacer un trekking de 3 días y 2 noches. Con toda nuestra cara salimos en búsqueda de alguna agencia que nos organizara el trekking para el día siguiente. Fuimos a “Uncle Sam”. En menos de una hora el tío Sam nos explicó todas las opciones que teníamos y nos tenía todo preparado para el día siguiente. Salimos a la mañana siguiente muy prontito. Éramos solo nosotros dos y los dos guías, Noen Noen (ella) y Ton Ton (él). Ambos eran muy jovencitos, no más de 19 años. Ella era la encargada de comunicarse con nosotros en inglés y él se encargaba de preparar la comida y buscar una casa donde dormir. Noen Noen fue desaprendiendo inglés a medida que pasaban los días, pero era imposible enfadarse con ella. A Ton Ton nos lo hubiéramos traído a casa, fuerte chico más gracioso.
El primer día comenzamos un poco mojados porque estábamos en pleno Songkram (festejan el año nuevo y lo celebran echándose agua todo el día). Por la mañana caminábamos durante 4 horas, llegábamos a algún poblado, Ton Ton preparaba la comida y descansábamos un poco. Continuábamos por la tarde 2 horitas hasta llegar al poblado donde pasaríamos la noche. Así los tres días.
Comenzamos en buena forma física, a pesar del calor y el subir y bajar montañas. No nos quejamos en ningún momento, pues lo paisajes eran increíbles. Pasamos por algunos poblados en el camino. Los niños nos miraban como si fuéramos extraterrestres. Comprábamos algo de beber y algún aperitivo y seguíamos.
La primera noche llegamos a un poblado. Estábamos cansadísimos, así que solo queríamos cenar y dormir. Pero nuestra guía nos dijo que el alcalde del pueblo (nosotros lo bautizamos así) nos había invitado a su casa. Era la única casa de cemento de todo el pueblo. Cuando llegamos estaba el señor alcalde y toda su familia sentada en una sala esperandonos. Acabamos de cenar y nos ofrecieron más comida y té, incluso algún puro creo recordar. En esa habitación, la atracción éramos nosotros, todos nos miraban fijamente. La hija del alcalde estaba aprendiendo inglés, o eso decía, porque cuando le preguntamos por su nombre, no supo contestar. Antes de la invitación habíamos visto una araña gigante en la pared de dónde íbamos a dormir, le sacamos una foto y se la enseñamos al yerno del alcalde, que por supuesto también estaba en la reunión. El yerno, solo nos dijo: ohh!! Ñam ñam. Rayco, que es buen amigo de estos animalitos, esa noche no durmió nadita. A mí no me despertaba ni una retroexcavadora.
Al siguiente día madrugamos. Se hace de día muy pronto y además dormíamos encima de los bueyes y las gallinas, algo de ruido hacen. Ton Ton nos preparó uno de sus desayunos que daban ganas de acostarse otra vez, porque cocinaba como para cuatro. El primer día les dijimos a nuestros guías que comieran con nosotros, había mucha comida y queríamos que se sentaran a la mesa. Pero ellos se sentían incómodos con esto, así que no insistimos más.
El segundo día el recorrido fue un poco más duro, llegamos a una zonza donde no había sombra y el calor era agobiante. Paramos a comer en un poblado donde podemos decir con bastante seguridad que no habían pasado muchos turistas. Durante la comida no paraba de aparecer gente y llegué a contabilizar hasta 13 personas mirando como comíamos. Al final no terminamos la comida y comenzamos a jugar con los niños/as que no paraban de entrar a la habitación. El tío Sam, nos pidió que no lleváramos juguetes para los niños, porque querían conservar las tradiciones de esos pequeños pueblos. Pero teníamos una pintura de labios, pintamos a las niñas y luego ellas nos pintaron la cara a nosotros con la tanaka (es una arcilla que se colocan en la cara para protegerse del sol).
Seguimos caminando hasta llegar al sitio donde pasaríamos la segunda noche. Era un pueblo muy pequeño. Lo primero que hacíamos al llegar era asearnos un poco, muy malamente, pues no habían duchas, ellos se bañaban vestidos. Ese día llegamos realmente cansados, se iban notando los kilómetros en nuestras piernas.
A la hora de dormir nos dejaban la habitación donde ellos dormían normalmente. En este caso, toda la familia fue a dormir a la cocina. A mitad de la noche, Rayco me despertó algo alterado, pues la habitación estaba llena de humo. Fue a buscar a Noen Noen que también dormía en la cocina y le dijo: Noen Noen! We can die!!. La muchacha se levantó, nos abrió las ventanas y se volvió a acostar. La gente cocina de madrugada para servir a los monjes. Después de las sabias palabras de Rayco, a mí me entró un ataque de risa. A veces puede ser un poco exagerado. Es algo que recordamos frecuentemente y es que fue muy divertido.
Al día siguiente, después de sobrevivir al humo, desayunamos y cuando nos fuimos a lavar los dientes, teníamos un grupo de chicas mirándonos fijamente, no sé que esperaban ver. Era nuestro último día, llegaríamos a Inle a la hora de comer. El camino era cuesta abajo y con muchos árboles que daban algo de sombra, así que fue menos duro que el resto de los días. Llegamos a Inle y cogimos una barca para llegar al pueblo donde nos íbamos a quedar Nyaungshwe, atravesamos todo el lago Inle, que es inmenso.
Y con esto finalizó nuestro trekking. Es una de las mejores cosas que hemos hecho nunca. Nuestros guías, de lo mejor del trekking. Realmente pasas por zonas rurales a las que todavía no ha llegado el turismo, así que conservan sus tradiciones y les sigue sorprendiendo ver a turistas en sus aldeas.